Desembarcar en La Unité

      No hay comentarios en Desembarcar en La Unité

Al desembarcar en la terminal de cruceros de Marsella no tenía la intención de visitar La Unité. Viajaba con mi familia y unos amigos y la escala era sólo de unas pocas horas, por lo que no era cuestión de ponerse pesado. Hay que decir que, en la escuela de arquitectura, los de mi generación nos habíamos dejado seducir mucho más por la serena elegancia de Mies que por la agitada efervescencia de Le Corbu, con lo que no sentía una especial necesidad de visitar el edificio.

Sin embargo un inesperado desasosiego se fue apoderando de mi voluntad, y no había transcurrido ni una hora cuando ya estaba buscando en el mapa la mejor ruta para llegar al 280 del boulevard Michelet. No me costó demasiado convencer a mis acompañantes pues se trataba -les dije con impostada autoridad-, de visitar uno de los iconos del movimiento moderno, así que una vez en marcha, la ansiedad empezó a invadirme a medida que el bus de la línea 22 de la RTM se acercaba a la parada “Le Corbusier”.

Allí estaba…, “La Cité Radieuse” se alzaba retranqueada de la alineación urbana, rodeada de un vasto jardín desde el que, por encima del verde oleaje de las copas de los árboles, emergía el hormigón de las chimeneas de cubierta. El edificio se mostraba, pese a las huellas del paso de los años -o quizás gracias a ellas-, rabiosamente moderno, y al igual que me pasó al visitar la Ville Savoie veinte años atrás, sentí un vértigo al situar esta arquitectura en el año de su inauguración, 1952. Hemos vistos cientos de fotografías, leido multitud de publicaciones, hemos llegado incluso a dibujar las obras de los maestros, pero uno no llega a comprender realmente la convulsión que se produjo en el primer tercio del s. XX,  hasta que no se envuelve en la intensa emoción de la experiencia espacial.

Ante la mirada de incredulidad de mis acompañantes, que obviamente se esperaban otra cosa, me sentí obligado a dar unas vagas explicaciones sobre la investigación que a lo largo de su vida desarrolló Le Corbusier en el tema de la vivienda mínima, sus teorías sobre la socialización y la ciudad, sobre la máquina de habitar y el modulor, y por la obsesión con los paquebotes cuyo ejemplo más claro podían ver en este momento.

Entramos al vestíbulo y comprobé como el brutalismo de los 50, expresado en la sincera crudeza del hormigón visto, rivalizaba sin complejos con el actual y amanerado minimalismo de los lujosos hoteles y restaurantes de nuestras ciudades. En la visita a la cubierta,  me reconforté al ver como los niños seguían bañándose en la vieja piscina mientras que sus padres tomaban el sol. Paseamos por la calle de la planta 3, donde muchas de las tiendas estaban cerradas, lo que no impedía percibr lo acertado de la decisión tomada. Reconciliado con el maestro me senté en un banco para poder abstraerme y disfrutar por unos momentos, y al ver a mis hijos jugar y corretear libremente por la planta comprendí como su genialidad se había anticipado más de 50 años al modelo residencial tan demandado hoy en día: edifcación abierta rodeada de zonas verdes, áreas lúdicas para la comunidad, piscina, gimnasio, juegos para niños, organización de la vivienda bajo premisas de máxima funcionalidad; La Unité ya tenía en 1952 todo ésto y mucho más (tiendas, cimeclub, guardería, pista de atletismo…).

Al salir del edificio uno de mis amigos me interpeló: “Oye, pues tenías razón, este edificio es como el barco en el que hemos llegado…”, a lo que no tuve más remedio que responder: “No, que va, es mucho mejor.”?

La buena casa

      No hay comentarios en La buena casa

El profesor de proyectos se acercaba y me decía: “está bien, está bien esta casa pero quizás… un poco demasiado Mies…”. Nunca supe exactamente cuál era el auténtico alcance o intención de esta afirmación, pero a mí me sonaba a crítica.

Acabo de leer, y recomiendo, un buen libro: “La buena vida. Visita guiada a las casas de la modernidad.”, del arquitecto Iñaki Ábalos, cuyo pensamiento destila serenidad y reflexión. En su primera visita, de un total de siete, “la casa de Zaratrusta” se investiga sobre las intenciones del maestro Mies van der Rohe en la labor proyectual que le llevó desde 1931 hasta 1938 a desarrollar sus célebres casas-patio. La admiración del autor, compartida, por este seguidor de Nietzsche —el gran pensador antipositivista— nos muestra a un Mies contracorriente:

Mientras sus coetáneos alemanes sistematizaban el hábitat en unidades idénticas a imagen y semejanza del Ford T, paradigma de la industrialización, Mies se centra en la agrupación de unidades siempre diferentes, si bien sobre una partitura técnica idéntica. Confecciona un “sistema” que le permite componer y plasmar la individualidad del hombre moderno, en absoluta libertad, en espacios domésticos únicos, vastos, privados, contemplativos (del cielo y del jardín), donde levitan tanto los materiales como los habitantes… El templo del yo, que Nietzsche enunció y sólo Mies supo materializar: “el mundano no necesita muchas pertenencias; ni las necesita ni las quiere. Pero sí sabe que en su casa, en el espacio de intimidad, necesita esos pocos y sabios objetos, un número reducido de elementos que, en su belleza y perfección, le acogen y le ayudan a desarrollar su propio proyecto vital.” (I. Ábalos).

Todos estos “matices” que el maestro proyectó en sus teóricas casas-patio (sólo se llegó a construir en esta línea un incipiente y efímero “pabellón expositivo” en 1929, reconstruido fielmente en 1986 en Barcelona) son los mismos que me siguen interesando y emocionando hoy, ochenta años después, o veinte desde aquel comentario de mi profesor de la Escuela de Arquitectura.

En línea con lo anterior, también recomendaría una excelente película: “The Fountainhead”, El Manantial, 1949, con un joven Gary Cooper en el papel del arquitecto contracorriente, convencido y persistente, al que muchos quisiéramos siquiera poder emular levemente y ser recompensados a cambio con el amor de una bella Patricia Neal…

La casa que mira

      1 comentario en La casa que mira

“Desde 1962, la utilización de la vivienda Stahl como escenario para el cine y la publicidad ha proporcionado a la familia una segunda fuente de ingresos. Si la señora Stahl necesita dejar vacía la casa durante un rodaje, alquila una habitación en Château Marmont, justo debajo de la vivienda, en Sunset Boulevard. Aquí pide una habitación sin vistas. Al final lo bueno cansa.”

Semanalmente recibo grandes dosis de información sobre la producción de viviendas en todo el mundo, vía suscripciones a revistas, adquisición de libros, videos, programas, visitas… y siempre, invariablemente a lo largo de estos años, tengo la sensación que las casas que veo podrían clasificarse en dos tipos bien diferenciados:

Por un lado, las casas proyectadas y construidas para ser vistas, pretenciosas, dramáticas y ostentosas. Provocadoras, fomentan el ego de sus propietarios, el cual puede “ver” su inversión. Tienen magníficos reportajes fotográficos, son fotogénicas desde cualquier ángulo… Cuántas veces recibo a clientes que en su primera visita vienen cargados con un museo de variadas imágenes…

Por otro lado, las casas ideadas para ver, desde las cuales contemplar y emocionar. Son casas sin muecas, sin simbolismos, sin afirmarse, sin destacar, retirándose a un discreto telón de fondo de algo que es considerado mejor y más digno de protagonismo. Con claridad y sencillez, fomentan el bienestar de sus habitantes mediante una experiencia visual casi sublime… Tienen la suficiente individualidad para ser reconocibles, pero a su vez, capaces de encajar sutilmente en un contexto más amplio…

Qué decir tiene que son éstas las que atraen más mi atención. Son casas como las que quiero mostrar a continuación, ejemplos breves estructurados en tres subtipos:

La visión lejana, la Stahl House o también llamada la Case Study House nº22, construida por el arquitecto Pierre Koening en 1960, de la que me costó gran trabajo encontrar una sola fotografía de su aspecto exterior ya que no tiene una fachada “fotogénica”, más bien no tiene fachada, y sin embargo es la casa por excelencia de Los Angeles, la que resume toda una década de arquitectura californiana, transparente y desinhibida, divisando optimista la ciudad. 
 
 
 
 
 
 
 
 
La visión romántica, cercana, transmitida por la Crecent House, que el arquitecto Ken Shuttleworth proyectó en 1995 para disfrute visual de los prados del condado de Wiltshire, donde el objeto doméstico casi desaparece por arte de magia, como retirándose intencionadamente para no restar protagonismo a la naturaleza… 
 
 
 
 
 
 
 
La visión introvertida, la escueta Tiny House del japonés Denso Sugiura en un solar de sólo 28 m2 en la inmensidad de la urbe tokiota, introspectiva, ensimismada, consigue cumplir el deseo del propietario de incorporar la sensación de naturaleza haciendo que toda la casa observe el crecimiento de un árbol que atraviesa las plantas y funde las nociones de interior y exterior. “Amo este árbol” dice el dueño, “en primavera los capullos son hermosos, y se convierten en flores blancas en mayo y junio. Durante el verano las hojas dan una buena sombra y, en otoño, se vuelven rojizas y aparece una gran cosecha de bayas.”

Hoy, como todos los días, los potentes aleros metálicos de la Stahl House parecen que vayan a permitir que la casa, de una vez por todas, emprenda vuelo sobre el precipicio en busca de nuevo nido, donde comenzar una nueva vida, en una nueva ciudad, con nueva gente libre de prejuicios y de imágenes preconcebidas…

Como explicó Koenig, nunca proyectó la casa para ser vista. «Mis obras no se miran a sí mismas. No es mi forma de trabajar. Yo miro hacia fuera y los que viven en la casa se proyectan hacia lo que está a su alrededor. Es mi actitud hacia el edificio

Los garabatos de Niemeyer

      No hay comentarios en Los garabatos de Niemeyer


El arquitecto brasileño Oscar Niemeyer ha recibido, a sus 102 años, la medalla de las Artes y las Letras otrogada por el Gobierno Español. Todo se ha dicho ya de este maestro y de su obra desarrollada a lo largo de 70 años, de una rabiosa y espléndida modernidad, que sorprende y emociona por su libertad, pura poesía construida. Es un buen momento para recordar algunas de las palabras de Iñaki Abalos publicadas en 2007 para conmemorar el centenario del creador:

…/…
«Queda aparte la revelación que visitar su obra sigue suponiendo para tantos como han ido teniendo la oportunidad de hacerlo: una revelación instantánea, casi insultante. Imposible olvidar la indignación de ver cómo a Niemeyer y sólo a Niemeyer los edificios se le sostenían sin pilares, las rampas volaban ligeras y aéreas como nunca se han visto en otros arquitectos, los detalles desaparecían hasta hacerte pensar que son innecesarios (todo; barandillas, rodapiés, puertas, carpinterías, prácticamente todo, simplemente ha dejado de existir en sus edificios de una forma asombrosa).

…/…
Y por último está la facilidad. Por si no se había notado hasta aquí, lo verdaderamente irritante para otro arquitecto de la obra de Niemeyer es la brutal facilidad que se ve en todas sus obras. Especialmente ahora que -subsumidos entre códigos, normas, ordenanzas (locales, autonómicas, nacionales y europeas), project managers, compañías aseguradoras, decoradores, competencias ministeriales, intrusismo multidisciplinar, visados colegiales y competencias desleales de diversas profesiones hambrientas por arañar el supuesto pastel del diseño- lo de la facilidad parece un sueño. De forma que la idea de hacer unos rasgos, un garabato, en una servilleta -por supuesto un garabato, con curvas que remiten sin mediación al mito del libertinaje sexual tropical- y conseguir a los pocos meses que esa servilleta se llame Museo, Biblioteca, Plaza o Palacio y esté de inmediato en la memoria colectiva de un pueblo y construya, además, su identidad para todos los foráneos es algo que hace rechinar los dientes de todos los arquitectos. Bendita libertad, bendita facilidad, bendita sensualidad. Larga vida al último arquitecto moderno, al último heterodoxo, al último resistente a la inmensa y tristísima nube de plomo llamada corrección.»

Fuller, el inventor.

      No hay comentarios en Fuller, el inventor.

Hasta el 30 de Octubre puede visitarse en IvoryPress Art+Books (la propuesta cultural del matrimonio Norman Foster-Elena Ochoa en Madrid) una interesantísima exposición sobre la obra del genial arquitecto americano «Bucky» Fuller, el Leonardo del siglo XX.
Richard Buckminster Fuller (1895-1983) fue un arquitecto inclasificable: visionario, inventor, matemático, filósofo y sobre todo libre pensador. Sus ideas se incorporan en la actualidad a multitud de disciplinas, sobre todo aquellas relativas a la optimización energética y a la tan manida sostenibilidad. Aunque es sobre todo conocido por sus cúpulas geodésicas, su diseño más celebrado de los años veinte fue el futurista Dymaxion Car, un vehículo del que se construyeron 3 prototipos y que, gracias a su aerodinámica inédita para la época, consiguió batir todos los registros de eficiencia energética.

http://www.elcultural.es/version_papel/ARTE/27723/Fuller_el_inventor

Paulina and the Truffle

      No hay comentarios en Paulina and the Truffle

En 1951 Le Corbusier construyó en Roquebrune Cap Martin (Costa Azul) su famoso Cabanon. Una «cabina de vacaciones» de 15 m2 donde el maestro pasó los veranos hasta su muerte.

Basándose en este experimento el arquitecto Antón García-Abril propone en 2010 una revisión del Cabanon en hormigón, con la ayuda inestimable del paisaje de Costa da Morte y la vaca Paulina. El resultado es un pabellón de invitados anexo a una vivienda de veraneo, donde el espacio se excava en una gran «trufa» surgida de una peculiar combinación entre lo natural y lo artificial.

Reconforta comprobar como NO todo está inventado en arquitectura…