Los edificios «raros»

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Este artículo viene rondándome por la cabeza desde que un primo mío, que me hacía de guía, se refirió al Centro Tecnológico de La Rioja como “ese edificio raro”. Mi cara de perplejidad no fue entendida por él, “está claro ¿no? ESE es un edificio raro, muy raro, no se parece a un edificio normal”. ¿Pero qué se entiende por un edificio normal?

Y con esa disquisición llevo ya un tiempo.

Claro que el primer sinónimo que me surge para “normal” es el de “banal”, pero esto no es tan simple. Las ciudades siguen construyéndose en un 90% con un estereotipo de edificio “banal”, donde la imagen con la que se representa frente a la ciudad, su “fachada”, es como un telón de fondo de teatro, podría ser ése como podría ser cualquier otro, la fachada como ente autónomo, desligada de cualquier idea de proyecto y, por tanto, fácilmente asimilable a modas, lo que coloquialmente llamo “fachadismo”.

Este culto a la imagen en sí misma, habitualmente pretenciosa y desligada del contexto, es el contrapunto necesario que deben ver algunos “colegas” a unas distribuciones insulsas, previsibles y estancadas en estereotipos (ya caducos).

Pero no es algo exclusivo del ensanche de nuestras ciudades. También se puede observar en muchos concursos públicos (incluso en primeros premios, lo cual dice bien poco de los jurados), donde se vuelve una y otra vez al absurdo de formas rocambolescas, absurdas y excesivas, derivadas tal vez del culto informático por determinados programas de diseño y generación tridimensional, que “adornan” y hacen “bien presentado” propuestas de lo más sosas.

Pero afortunadamente cada vez se observan más buenos ejemplos de lo que algunos todavía llaman “edificios raros” pero que no dejan de ser propuestas meditadas y complejas de una Arquitectura inteligente, consciente, respetuosa y, sobre todo, muy humana. Dentro de esta “buena” Arquitectura (con mayúsculas, claro) quiero mencionar dos formas de actuar diferenciadas, que no opuestas. Tal y como lo veo son dos estrategias complementarias:

A_ La TOPOGRÁFICA, Arquitectura de bordes urbanos y entornos rurales, donde la cuidada integración entre naturaleza y tecnología demuestra que podemos ser respetuosos mediante una técnica de camuflaje, donde se diluyen las fronteras entre las disciplinas de la arquitectura, el urbanismo y el paisajismo, dando como resultado un valor añadido y muy apreciado por los usuarios de esa nueva experiencia de habitar y trabajar en edificios.

Claro ejemplo era el mencionado Centro Tecnológico de La Rioja, sabio proyecto de los arquitectos Alejandro Zaera-Polo y Farshid Moussavi, donde un complejo programa queda diluido en una obra que acabará con los años mimetizándose con el entorno, cuando esos tensores de acero se recubran finalmente de enredaderas.

B_ La OBJETUAL, Arquitectura urbana de simplicidad conceptual y complejidad técnica, donde la aparente ausencia de escala, acerca el mundo de la arquitectura y el del diseño. Se tratan de propuestas rotundas que encierran complejas relaciones, una muy estudiada inserción en el entorno urbano que se depura tanto que llega a plasmarse como idea simple. Cualquier referencia al proyectar tradicional es eliminada, el edificio se plantea con una abstracción tal, que bien podría decirse que huye de las referencias tradicionales a altura de cornisa, basamento, ventanas… Esas definiciones trasnochadas se sustituyen con naturalidad por otras del tipo transparencia, livianidad, neutralidad…

Con el sabio empleo de la escala (en su aparente ausencia) el objeto deviene en monumento. De este modo, el edificio se aleja de modas, adquiere calidad urbana y, por tanto, construye ciudad.

Buen ejemplo de este tipo sería el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York, de los arquitectos Kazujo Sejima y Ryue Nishizawa. Este proyecto se asemeja al apilamiento de siete cajas, una sobre la otra, con una naturalidad y ausencia de estridencias que asombra, en lo que no es otra cosa que una estrategia urbana para conciliar una estricta normativa con un complejo programa. La piel es un elemento crucial, otorga una apariencia única, sensible y mutable.

Con los resultados de ambas maneras de proyectar me emociono y, a la vez, me reafirmo en la enorme fortuna y potencial que tenemos los arquitectos como transformadores de la ciudad, aunque en ocasiones nuestras obras no sean más que “edificios raros”.

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