The Valencia Low Line

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«A good city is like a good party – people stay longer than really necessary, because they are enjoying themselves.» 
Jan Gehl

El pasado diciembre de 2017 tuve la oportunidad de viajar a Nueva York y renovar aquellas percepciones que permanecían ya difuminadas en la memoria desde mi última visita 15 años atrás. Tengo la seguridad que el paso del tiempo ha cambiado mi forma de entender las relaciones entre la ciudad y los que la habitan, el caso es que no pude extraer una impresión clara, una síntesis para definir esta megápolis, quizás porque no exista un hilo conductor que permita construir un relato coherente de ciudad, sino que más bien ésta se concibe como un aglomerado de muchas ciudades, gentes y culturas que la convierten en algo caótico y a la vez sumamente atractivo.

Hacía pocos meses que había estado visitando Copenhague por lo que sin duda acusé el contraste entre recorrer la humanizada ciudad de Jan Gehl y el Manhattan caótico y fuera de escala; de tráfico abominable, estridentes sirenas y gentes sobreviviendo en ese infierno urbano llamado midtown. Por suerte aún se puede encontrar cierta paz de espíritu en algunos barrios del distrito de Brooklyn, o en los de Greenwich o Chelsea, y es en este último donde se encuentra el hito urbano que en la última década se ha convertido (por suerte y por desgracia) en referencia obligada de los neoyorkinos y visitantes: The High Line.

The High Line NYC

The High Line NYC

¿Pero qué es lo que posee el High Line que lo hace especial en una ciudad como Nueva York?… Podemos pensar que la recuperación de este eje ferroviario de titularidad privada mediante la iniciativa vecinal y su conversión en espacio público, a través de un cuidado proyecto urbano y paisajístico, es un hecho inédito en la historia de la ciudad que sin duda llama la atención, al igual que su vocación (tan neoyorquina) de espacio hiper-social donde volcar todo tipo de iniciativas culturales y artísticas mientras se disfruta de unas sugerentes vistas elevadas del Hudson.

Pero bajo mi punto de vista lo que convierte al High Line en algo extraordinario y de enorme atractivo es su condición de espacio segregado del propio plano urbano, una experiencia lineal paralela y elevada 20 metros sobre la ciudad que, en contraste con la velocidad y agresividad de las avenidas neoyorquinas, proporciona nuevas reglas de relación entre los peatones y la ciudad basadas en la lentitud, la contemplación, lo mundano…, aportando la flexibilidad necesaria para adaptarse ante necesidades siempre cambiantes. A diferencia del resto de espacios verdes encajados en la trama urbana, este parque lineal y elevado consigue sencillamente que los habitantes de la ciudad se re-encuentren facilitando las relaciones entre ellos y la ciudad, el disfrute del ocio, el arte y la cultura.

Claro que ésto es la teoría porque en la práctica no todo son luces sobre el High Line. El imparable éxito social ha provocado la aparición de dos fenómenos que provocan efectos diametralmente opuestos a los deseados y pervierten el concepto original; nos referimos a la masificación y la gentrificación. Convertirse en atracción turística en una ciudad que recibe 60 millones de visitantes al año no es la mejor garantía para preservar la calidad ambiental y los valores iniciales del proyecto, y menos en un espacio lineal de apenas 10 m. de anchura media, donde la aglomeración es insoportable. Así a día de hoy y a determinadas horas el High Line se convierte en un lugar abarrotado de turistas. Otro espacio hurtado a los neoyorquinos donde es prácticamente imposible caminar y menos aún experimentar esas sensaciones contemplativas antes descritas.

Pero no solo el turismo de masas es culpable de la expulsión de los neoyorquinos del High Line y su área de influencia… En NYC la gentrificación es un mal endémico asociado con la regeneración urbana impulsada a través de iniciativas vecinales (habitualmente de la mano de colectivos de artistas o gestores culturales). DUMBO en Brooklyn, el SOHO, Tribbecca, el West Village o el Meatpacking District, son claros ejemplos de barrios donde las rentas altas han acabado expulsando a los anteriores residentes. En el caso del HIgh Line, fueron además las necesidades de financiación para materializar el proyecto las que promovieron los cambios en los usos y aprovechamientos, fomentando la entrada de grandes corporaciones inmobiliarias que reconvirtieron un entorno industrial degradado en un ámbito de alto “standing” residencial, donde los “star architects” (Z. Hadid, B. Ingles, F. Ghery, J. Nouvel, N. Foster…) ya elevan sus imponentes y exclusivos rascacielos.  Hoy Alesia alquila en Airbnb su apartamento de Chelsea Condo, de 2 habitaciones, a razón de 670$  la noche.

Edificio de apartamentos en 520w 28th. Zaha Hadid.

Sin embargo frente a lo que muchos pudieran creer el High Line no es una experiencia pionera. La recuperación de una antigua infraestructura y su transformación en un eje peatonalizado ya funciona con notable éxito en ciudades como París (Le Viaduc des Arts,) Helsinki (Baana) o Sao Paulo (Minhocão), aunque a mi entender todos estos ejemplos quedan muy por detrás del espectacular Jardín del Turia, el grandioso Low Line de los valencianos.

Construido sobre el antiguo cauce fluvial del río Turia a su paso por la ciudad (cuyo curso fue desviado en 1.973 para evitar las inundaciones producidas por las periódicas crecidas del río), este impresionante parque lineal fué inaugurado en 1.986 con un recorrido urbano 7,5 Km de longitud en sentido Este a Oeste, siendo su anchura media de 160 m.; en consecuencia un total de 110 Ha. de superficie que lo convierten en el mayor espacio verde netamente urbano de España, y del que disfrutan a diario miles de visitantes y residentes de los 22 barrios lindantes.

Vista aérea Valencia Low Line (Jardín del Turia)

Al igual que el High Line el éxito social de este parque lineal proviene de su condición de espacio segregado del propio plano urbano de la ciudad, en este caso hacia una cota situada entre 6 y 8 m. por debajo del mismo, convirtiéndose en un lugar a refugio del ruido y del tráfico rodado ideal para el esparcimiento familiar, el ocio, la práctica del deporte y todas las propuestas imaginables de actividad cultural o recreativa.

De hecho este Low Line conecta algunos de los principales museos de la ciudad (Museo de Historia de Valencia, Museo etnológico, IVAM, Museo José Benlliure, San Pio V, Museo Príncipe Felipe,…), monumentos significativos (Real Monasterio de la Trinidad, Iglesia y Claustro de Sto. Domingo, Iglesia del Temple, Torres de Serrano, Palacio de la Exposición,…), los complejos de ocio más visitados (Oceanográfic, Ágora, Hemisferic, Parque Gulliver, Bio Parc,…), auditorios de referencia internacional (Palau de la Música y Palau de les Arts Reina Sofia), pistas de atletismo, canchas de fútbol, béisbol, rugby, skate…. Pero es más, mucho más, porque posee esa cualidad tan mediterránea de lugar de encuentro (la plaza) donde celebrar todo tipo de acontecimientos y eventos. Así recorriendo su trazado podemos encontrarnos quizás con un concierto, o con un circo si es Navidad; en verano disfrutaremos de un parque de atracciones y de una feria andaluza o una exhibición equina en primavera, podemos descubrir el sonido de una mascletá y probar una paella gigante, o relajarnos con una clase de yoga o de tai-chi… Como describió acertadamente Vicent Molins «El antiguo cauce del Turia es el sendero a todo […]. Es el conducto a través del cual la ciudad hace la digestión. Remueve a todos los estratos, agita en un mismo espacio a los ciudadanos de todos los barrios, es la avenida total por la que se intercambian los sabores. Hundido unos metros por debajo de las calles, el viejo lecho tiene trazas aislantes»

El Jardín del Turia. Al fondo el Palau de la Música y el Palau de les Arts.

Además y a diferencia del caso neoyorkino, el inmenso Jardín del Turia ha quedado a salvo de los efectos excluyentes del turismo de masas o la gentrificación. Sus dimensiones permiten la integración del turismo sin alterar ninguna de las cualidades ambientales o funcionales del parque y, de igual forma, su inserción diametral respecto al conjunto de una ciudad que hace años consolidó el uso residencial en torno al cauce fluvial, desactiva cualquier dinámica de desplazamiento demográfico por razón de clase social.

Por todo ello me siento afortunado al poder disfrutar casi a diario de este parque lineal único, y de su condición de espacio “empretilado” y apartado del vertiginoso ritmo de la gran ciudad, condición en la que sin duda radica el éxito del concepto High Line acuñado en Nueva York. Y por eso discrepo de algunas voces que abogan por la modificación de la actual sección ”artificial” del cauce para comunicar sus márgenes de forma suave con la ciudad, alegando que toda justificación para mantener el formato cerrado ha desaparecido. Considero sin duda mejor opción la de dedicar los esfuerzos y recursos en planificar adecuadamente los últimos tramos 17 y 18 que restan por intervenir, y que deberán resolver la compleja llegada al distrito marítimo y al barrio de Nazaret, integrándose en un anhelado parque de desembocadura que debe constituirse en el artífice de una nueva ordenación que resuelva, al fin, ese déficit histórico de una ciudad que nunca ha sabido encontrarse con su frente litoral.

Un proyecto estratégico necesario para vigorizar los procesos de transformación urbanística iniciados en los últimos años, gracias a los cuales Valencia es cada día más una ciudad  donde apetece vivir.

Para saber +  sobre el High Line: Friends of the High Line 
Para saber + sobre el Jardín del Turia: en Ateneo;  Urban Networks

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