Corren tiempos difíciles para la profesión de arquitecto. A los efectos devastadores de la crisis económica y financiera que nos envuelve, se suman ahora las pretensiones perversas del legislador con coartada liberal. El gobierno a propuesta del Ministerio de Economía está en vías de aprobar una nueva Ley de Servicios Profesionales que expropia las competencias propias del arquitecto, otorgadas por ley orgánica, para ponerlas en manos de las ingenierías. Por todo ello, en breve, un ingeniero agrónomo o industrial podrá firmar un proyecto para construir un edificio de viviendas, un hospital, un museo o un colegio. Esto supone de facto el fin de la profesión de arquitecto y, por extensión, de la arquitectura tal y como la conocemos.
Ha de reconocerse que buena parte de la culpa de la actual situación la tenemos los propios arquitectos que, como colectivo, no hemos sabido evolucionar y reivindicarnos en la sociedad actual, aportando el valor añadido que sin duda atesora el trabajo del arquitecto. Por el contrario, en demasiadas ocasiones la profesión sigue percibiéndose recubierta de esa pátina de arrogancia heredada del pasado, anacrónica e incompatible con la definición de un marco profesional con objetivos renovados de cara a una sociedad cada vez más globalizada.
Llegados aquí, al borde del abismo, este desprestigiado colectivo por fin reacciona y en una suerte de últimas voluntades se suceden ahora los argumentos y manifiestos vindicativos, aunque me temo que sea ya muy tarde para modificar la derrota (en todas las acepciones del término) de los acontecimientos. Mucho se está escribiendo estos días en defensa del arquitecto y de la Arquitectura, pero nada a mi juicio supera la conferencia magistral del gran Rafael de la Hoz Arderius, antiguo presidente del CSCAE y Medalla de Oro de la Arquitectura, titulada «Delenda est Architectura», leída en Chicago en 1.993 con motivo del Congreso Mundial de la UIA, y cuyo título está inspirado en la famosa frase «Carthago delenda est» (Cartago debe ser destruida) pronunciada por Catón el Viejo y utilizada para hablar de una idea fija que se persigue sin descanso hasta que es realizada. A continuación se transcriben algunos párrafos de lo que sin duda es el mejor legado en defensa de la arquitectura en estos tiempos difíciles:
«…/… Soplan vientos de escepticismo, de crisis. El concepto «crisis» se representa desde los viejos tiempos de Catay por dos ideogramas: Un kenjy significa Angustia, el otro Esperanza. Y etimológicamente quiere decir lo que va de la Angustia a la Esperanza, esto es: Decisión. Con lo que se concluye que dicha situación no es en sí misma negativa, sino la antesala de la Creatividad …/…
…/… Habíamos constatado que una de las exigencias que el Mercado Común pretende de sus arquitectos es que estos trabajen a cambio de honorarios «bajo mínimos» y, si se tercia, por honorarios nulos. Para ello la consigna dada ha sido fomentar la insolidaridad y someter a los arquitectos a competitividad salvaje. A tal fin los «expertos» han utilizado dos recursos clásicos: Inundar el mercado de «mercancías» arquitectos y saldar los «precios» honorarios. El primer objetivo ha exigido una previa operación, hoy casi consumada, consistente en la masificación de la profesión. Este objetivo era ya un viejo sueño de políticos en la España de los «duros cuarenta». El Excmo. Ministro de Educación Nacional, D. José lbáñez Martín, proclamaba con toda franqueza: «No descansaré hasta ver a los arquitectos conduciendo tranvías». Legítima aspiración que no se vió finalmente satisfecha, por carencia de tranvías …/…
…/… En esta cultura del «instant-architect», como en la del «fast-food», hay algo que no encaja del todo. La arquitectura no es tan solo un arte. Precisa de unas técnicas instrumentales para materializar la ideación, -único modo posible de creatividad-. No es poca cosa la formación tecnológica que para ello se precisa. Según Vitruvio, hace ya 2.345 años, Pithius, autor de una de las siete maravillas, -el mausoleo de Halicarnaso- comentaba que «aún comenzando desde niño, la complejidad de conocimientos que el arquitecto requiere es tal, que una vida entera no resulta suficiente para adquirirlos». Tal vez por ello, a diferencia de la Música, en Arquitectura jamás hemos tenido genio alguno a los seis años de edad …/…
…/… Atrapados en el problema imposible de adaptar los planes de estudios al insuficiente tiempo de enseñanza disponible, los claustros de las Escuelas se encuentran hoy divididos entre ‘humanistas» y «tecnólogos». Cada grupo tratando de excluir al otro. Peligroso planteamiento. Cuando me dan a elegir entre A ó B -decía Lyautey- es que sin duda debo de escoger A+ B». No hay tal dilema: Tan solo una falaz falta del tiempo preciso para la enseñanza debida …/…
…/… Por primera vez en la historia empiezan a salir de las Universidades Europeas generaciones peor preparadas que las de sus padres. La calidad del producto «arquitecto» está lejos de ser óptima. Paradójicamente, pretendiendo crear arquitectos más competitivos, tan solo se ha logrado producir arquitectos menos competentes. La compleja formación de los arquitectos -no es ocioso repetirlo- exige una duración mínima irrebasable. No compete a los políticos; y menos a los economistas de mercado, la determinación de ese precioso espacio de tiempo …/…
…/… Que somos arquitectos -y por ello hombres de Cultura-. Que somos profesionales liberales -y por tanto amantes de la libre Competitividad-. Pero Competitividad por la Calidad y por la Arquitectura como expresión cultural. Valores, ambos, irrenunciables; no negociables …/…
…/… Decía Unamuno que hay tres clases de zapateros: «El que fabrica zapatos por dinero, el que los elabora para llegar a ser famoso y aquel que los hace para que se encuentren más a gusto los pies de sus clientes». «Solamente a éste último se le echa de menos después de muerto»,-concluía-. Válganos pues en esta contienda nuestra vocación de ordenadores del espacio para el bienestar del hombre -pies incluidos- que no otra cosa es la Arquitectura. A fin de cuentas, combatir, sacrificar todo por lo que se ama, servir -la palabra más bella que existe-, ser por ello recordados y trascender, es lo que en verdad importa. Va en ello nuestra razón de ser.»
Fuente: Blog oficial de la Unión de Agrupaciones de Arquitectos de la Administración Pública.