«Este edificio del año 62 nació a su aire. Preocupados con los problemas urbanos, aprovechamiento del mal solar, económicos, no dio margen para preocuparse por una arquitectura determinada; por eso carece de cualquiera de ellas.[…] No sé por qué lo hice así pero lo que sí sé es que no me disgusta haberlo hecho. Creo que el no hacer Arquitectura es un camino para hacerla y todos cuantos no la hagamos habremos hecho más por ella que los que, aprendida, la siguen haciendo. »
Alejando de la Sora
Como muchos padres de hijos deportistas me veo arrastrado cada fin de semana a una sacrificada peregrinación que me lleva a recorrer las instalaciones deportivas de colegios y municipios cercanos a nuestra ciudad, donde los chavales practican su deporte favorito, que en mi caso tengo la suerte que sea el baloncesto.
Pero a diferencia de la mayoría de padres que centran su atención en los lances del juego, yo no puedo evitar observar lo penosas, deprimentes y anodinas que son la mayoría de éstas instalaciones deportivas, carentes no sólo de la mínima calidad espacial y decoro funcional que se presume a este tipo de equipamientos, sino ya de todo criterio consecuente con la aplicación del sentido común: espacios mal acondicionados, de deficiente iluminación y ventilación, aseos y vestuarios en lamentable estado, graderías inaccesibles y circulaciones irracionales. En muchos casos no son más que simples naves construidas con bloques de hormigón y cubierta de chapa, donde se ha colocado un pavimento y unas canastas.
Y cada fin de semana me invade la indignación por la manifiesta renuncia a dotar a estos edificios, tan reclamados y utilizados, de la calidad que se merecen. Renuncia de la que son responsables tanto las instituciones promotoras como, en mayor medida, los arquitectos encargados de llevarlos a cabo, que inexplicablemente desdeñan la magnífica oportunidad que representa poder abordar un proyecto en una tipología que permite trabajar con absoluta coherencia, una vez liberados del corsé residencial, el espacio, la luz y la técnica. ¡Qué más se puede pedir!
Por eso cada fin de semana me acuerdo del gimnasio del Colegio Maravillas proyectado por Alejandro de la Sota en 1960, y de la sobria lección que (a los hechos me remito) no hemos sabido aprender. Mucho se ha escrito (o quizás no tanto o no lo suficiente) sobre esta modesta y a la vez grandiosa obra integrada en un edificio docente. De cómo resolviendo un problema se resuelven, a la vez, otros muchos no previstos. De cómo anteponer la función sin menoscabar la técnica y el decoro. De cómo sorprender con un espacio introspectivo que se aleja de lo público para hacerse especial y emocionante en lo íntimo. En definitiva, de cómo hacer arquitectura verdadera sin pretender hacerla… Eso es exactamente el gimnasio del Maravillas: un susurro magistral.
De la Sota presumía de «quitar arquitectura a la arquitectura», de llevar su oficio a la esencia: un problema, unos medios, una solución. Ahí se encuentra la belleza.
Porque no se trata de gastar dinero, se trata de proyectar un edificio con imaginación y decisión, herramientas que todo arquitecto que se precie debería manejar. Ideas, no formas. Humor y humanidad. «Me gustó siempre hablar de la arquitectura como divertimento», dijo De la Sota, «si no se hace alegremente no es arquitectura. La emoción de la arquitectura hace sonreír, da risa. La vida, no».
De la Sota intentó enseñar a olvidar lo aprendido en las escuelas de arquitectura para proyectar con los recuerdos atesorados: el frescor de la casa del pueblo, las vistas desde cierta terraza, el sol del amanecer entrando por la ventana….
Sus hallazgos no se pueden copiar porque sólo sirven aquí y para esto. Pero se puede aprender de ellos.
PD. Este post ahora publicado fue escrito hace algún tiempo. Por ello sería injusto no mencionar que gracias a la iniciativa del empresario valenciano Juan Roig y al buen hacer proyectual de ERRE arquitectura, la ciudad de Valencia disfruta en la actualidad de la llamada «Alquería del Basket», un equipamiento que ofrece las máximas prestaciones y funcionalidad para la práctica del baloncesto, donde nada se ha dejado al azar en unos espacios magníficamente iluminados y cuidados al detalle. Sin duda un buen ejemplo de lo que he querido reivindicar con esta publicación.
Releer periódicamente a Alberto Campo Baeza, el maestro, el Arquitecto, noto que es una tarea que preciso realizar cada pocas semanas. Es como tomar una dosis de vitaminas, un aporte de energía que me recarga y protege de los vaivenes de una sociedad ávida de modas. Un ejercicio saludable del que siempre extraigo «pedacitos» de esa sabiduría que emana de sus textos:
“El arquitecto debe hacer una arquitectura posible. Una cosa son las ocurrencias y otras las ideas: un edificio en forma de erizo es una estupidez; una caja de vidrio que parece construida con aire es un logro. La arquitectura puede ser imaginativa, pero no irracional.”
“La arquitectura del star system no me interesa. No creo en la modestia. Creo que para crear hay que ser vanidoso. Uno debe tener voluntad de permanecer en el tiempo y en la memoria de los hombres. Pero eso no se hace gritando.”
“La arquitectura, lejos de ser escultura, es un artefacto que debe responder al lugar y crear espacios interiores para la vida. Creo en la sobriedad porque pienso que da libertad para que cada uno viva como le dé la gana.”
“¿Qué sentido tiene construir lo que no hace falta? Mis últimas casas tienen un hueco para mirar, otro para bañarse y un escalón desde donde observar. Me interesa la base abstracta, la sobriedad; pero, por favor, que quede claro que ni soy ni quiero ser minimalista.”
Quizás peque de sentimental, o de qué sé yo, pero estoy convencido que la belleza se encuentra en las pequeñas cosas y en las más sencillas, como la arquitectura de don Alberto, como sus palabras…
«A good city is like a good party – people stay longer than really necessary, because they are enjoying themselves.»
Jan Gehl
El pasado diciembre de 2017 tuve la oportunidad de viajar a Nueva York y renovar aquellas percepciones que permanecían ya difuminadas en la memoria desde mi última visita 15 años atrás. Tengo la seguridad que el paso del tiempo ha cambiado mi forma de entender las relaciones entre la ciudad y los que la habitan, el caso es que no pude extraer una impresión clara, una síntesis para definir esta megápolis, quizás porque no exista un hilo conductor que permita construir un relato coherente de ciudad, sino que más bien ésta se concibe como un aglomerado de muchas ciudades, gentes y culturas que la convierten en algo caótico y a la vez sumamente atractivo.
Hacía pocos meses que había estado visitando Copenhague por lo que sin duda acusé el contraste entre recorrer la humanizada ciudad de Jan Gehl y el Manhattan caótico y fuera de escala; de tráfico abominable, estridentes sirenas y gentes sobreviviendo en ese infierno urbano llamado midtown. Por suerte aún se puede encontrar cierta paz de espíritu en algunos barrios del distrito de Brooklyn, o en los de Greenwich o Chelsea, y es en este último donde se encuentra el hito urbano que en la última década se ha convertido (por suerte y por desgracia) en referencia obligada de los neoyorkinos y visitantes: The High Line.
The High Line NYC
¿Pero qué es lo que posee el High Line que lo hace especial en una ciudad como Nueva York?… Podemos pensar que la recuperación de este eje ferroviario de titularidad privada mediante la iniciativa vecinal y su conversión en espacio público, a través de un cuidado proyecto urbano y paisajístico, es un hecho inédito en la historia de la ciudad que sin duda llama la atención, al igual que su vocación (tan neoyorquina) de espacio hiper-social donde volcar todo tipo de iniciativas culturales y artísticas mientras se disfruta de unas sugerentes vistas elevadas del Hudson.
Pero bajo mi punto de vista lo que convierte al High Line en algo extraordinario y de enorme atractivo es su condición de espacio segregado del propio plano urbano, una experiencia lineal paralela y elevada 20 metros sobre la ciudad que, en contraste con la velocidad y agresividad de las avenidas neoyorquinas, proporciona nuevas reglas de relación entre los peatones y la ciudad basadas en la lentitud, la contemplación, lo mundano…, aportando la flexibilidad necesaria para adaptarse ante necesidades siempre cambiantes. A diferencia del resto de espacios verdes encajados en la trama urbana, este parque lineal y elevado consigue sencillamente que los habitantes de la ciudad se re-encuentren facilitando las relaciones entre ellos y la ciudad, el disfrute del ocio, el arte y la cultura.
Claro que ésto es la teoría porque en la práctica no todo son luces sobre el High Line. El imparable éxito social ha provocado la aparición de dos fenómenos que provocan efectos diametralmente opuestos a los deseados y pervierten el concepto original; nos referimos a la masificación y la gentrificación. Convertirse en atracción turística en una ciudad que recibe 60 millones de visitantes al año no es la mejor garantía para preservar la calidad ambiental y los valores iniciales del proyecto, y menos en un espacio lineal de apenas 10 m. de anchura media, donde la aglomeración es insoportable. Así a día de hoy y a determinadas horas el High Line se convierte en un lugar abarrotado de turistas. Otro espacio hurtado a los neoyorquinos donde es prácticamente imposible caminar y menos aún experimentar esas sensaciones contemplativas antes descritas.
Pero no solo el turismo de masas es culpable de la expulsión de los neoyorquinos del High Line y su área de influencia… En NYC la gentrificación es un mal endémico asociado con la regeneración urbana impulsada a través de iniciativas vecinales (habitualmente de la mano de colectivos de artistas o gestores culturales). DUMBO en Brooklyn, el SOHO, Tribbecca, el West Village o el Meatpacking District, son claros ejemplos de barrios donde las rentas altas han acabado expulsando a los anteriores residentes. En el caso del HIgh Line, fueron además las necesidades de financiación para materializar el proyecto las que promovieron los cambios en los usos y aprovechamientos, fomentando la entrada de grandes corporaciones inmobiliarias que reconvirtieron un entorno industrial degradado en un ámbito de alto “standing” residencial, donde los “star architects” (Z. Hadid, B. Ingles, F. Ghery, J. Nouvel, N. Foster…) ya elevan sus imponentes y exclusivos rascacielos. Hoy Alesia alquila en Airbnb su apartamento de Chelsea Condo, de 2 habitaciones, a razón de 670$ la noche.
Edificio de apartamentos en 520w 28th. Zaha Hadid.
Sin embargo frente a lo que muchos pudieran creer el High Line no es una experiencia pionera. La recuperación de una antigua infraestructura y su transformación en un eje peatonalizado ya funciona con notable éxito en ciudades como París (Le Viaduc des Arts,) Helsinki (Baana) o Sao Paulo (Minhocão), aunque a mi entender todos estos ejemplos quedan muy por detrás del espectacular Jardín del Turia, el grandioso Low Line de los valencianos.
Construido sobre el antiguo cauce fluvial del río Turia a su paso por la ciudad (cuyo curso fue desviado en 1.973 para evitar las inundaciones producidas por las periódicas crecidas del río), este impresionante parque lineal fué inaugurado en 1.986 con un recorrido urbano 7,5 Km de longitud en sentido Este a Oeste, siendo su anchura media de 160 m.; en consecuencia un total de 110 Ha. de superficie que lo convierten en el mayor espacio verde netamente urbano de España, y del que disfrutan a diario miles de visitantes y residentes de los 22 barrios lindantes.
Vista aérea Valencia Low Line (Jardín del Turia)
Al igual que el High Line el éxito social de este parque lineal proviene de su condición de espacio segregado del propio plano urbano de la ciudad, en este caso hacia una cota situada entre 6 y 8 m. por debajo del mismo, convirtiéndose en un lugar a refugio del ruido y del tráfico rodado ideal para el esparcimiento familiar, el ocio, la práctica del deporte y todas las propuestas imaginables de actividad cultural o recreativa.
De hecho este Low Line conecta algunos de los principales museos de la ciudad (Museo de Historia de Valencia, Museo etnológico, IVAM, Museo José Benlliure, San Pio V, Museo Príncipe Felipe,…), monumentos significativos (Real Monasterio de la Trinidad, Iglesia y Claustro de Sto. Domingo, Iglesia del Temple, Torres de Serrano, Palacio de la Exposición,…), los complejos de ocio más visitados (Oceanográfic, Ágora, Hemisferic, Parque Gulliver, Bio Parc,…), auditorios de referencia internacional (Palau de la Música y Palau de les Arts Reina Sofia), pistas de atletismo, canchas de fútbol, béisbol, rugby, skate…. Pero es más, mucho más, porque posee esa cualidad tan mediterránea de lugar de encuentro (la plaza) donde celebrar todo tipo de acontecimientos y eventos. Así recorriendo su trazado podemos encontrarnos quizás con un concierto, o con un circo si es Navidad; en verano disfrutaremos de un parque de atracciones y de una feria andaluza o una exhibición equina en primavera, podemos descubrir el sonido de una mascletá y probar una paella gigante, o relajarnos con una clase de yoga o de tai-chi… Como describió acertadamente Vicent Molins «El antiguo cauce del Turia es el sendero a todo […]. Es el conducto a través del cual la ciudad hace la digestión. Remueve a todos los estratos, agita en un mismo espacio a los ciudadanos de todos los barrios, es la avenida total por la que se intercambian los sabores. Hundido unos metros por debajo de las calles, el viejo lecho tiene trazas aislantes»
El Jardín del Turia. Al fondo el Palau de la Música y el Palau de les Arts.
Además y a diferencia del caso neoyorkino, el inmenso Jardín del Turia ha quedado a salvo de los efectos excluyentes del turismo de masas o la gentrificación. Sus dimensiones permiten la integración del turismo sin alterar ninguna de las cualidades ambientales o funcionales del parque y, de igual forma, su inserción diametral respecto al conjunto de una ciudad que hace años consolidó el uso residencial en torno al cauce fluvial, desactiva cualquier dinámica de desplazamiento demográfico por razón de clase social.
Por todo ello me siento afortunado al poder disfrutar casi a diario de este parque lineal único, y de su condición de espacio “empretilado” y apartado del vertiginoso ritmo de la gran ciudad, condición en la que sin duda radica el éxito del concepto High Line acuñado en Nueva York. Y por eso discrepo de algunas voces que abogan por la modificación de la actual sección ”artificial” del cauce para comunicar sus márgenes de forma suave con la ciudad, alegando que toda justificación para mantener el formato cerrado ha desaparecido. Considero sin duda mejor opción la de dedicar los esfuerzos y recursos en planificar adecuadamente los últimos tramos 17 y 18 que restan por intervenir, y que deberán resolver la compleja llegada al distrito marítimo y al barrio de Nazaret, integrándose en un anhelado parque de desembocadura que debe constituirse en el artífice de una nueva ordenación que resuelva, al fin, ese déficit histórico de una ciudad que nunca ha sabido encontrarse con su frente litoral.
Un proyecto estratégico necesario para vigorizar los procesos de transformación urbanística iniciados en los últimos años, gracias a los cuales Valencia es cada día más una ciudad donde apetece vivir.
RCR Arquitectes logran el premio Pritzker 2017. Noticia que leo con inusitada alegría y admiración.
Alegría porque veintiún años después que Rafael Moneo fuera el primer español en recibir el mayor galardón que un arquitecto pueda recibir en nuestra profesión, el equipo formado por Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta (RCR Arquitectes) con sede en Olot (Girona), una población de tan solo 30.000 habitantes, son nombrados los ganadores de este año.
Y admiración que no disimulo por esta oficina de arquitectos fundada en 1988, recién acabada su formación académica que no profesional (la cual no acabará nunca para unos arquitectos tan inquietos como ellos), y cuya trayectoria conozco y sigo desde casi sus inicios, debido a los concursos ganados y posterior obra construida, la mayoría en las inmediaciones de esta localidad en la que nacieron y a la que supieron volver, renunciando a lo que era y es habitual: fundar oficina en la gran ciudad. De esta forma, el trabajo que desarrollan siempre ha mostrado un firme compromiso con el lugar, una mezcla de materialidad y modernidad, que me emociona y que admiro.
Como dice Glenn Murcutt, presidente del jurado, estamos ante “una arquitectura intransigente de un nivel poético, representando un trabajo atemporal que refleja un gran respeto por el pasado, proyectando a la vez, una claridad que pertenece al presente y al futuro”.
Casa Entremuros. Olot, (Girona). Foto: Hisao_Suzuki
Pero de todo lo que últimamente se ha escrito sobre ellos, creo que me quedo con la precisión de la propia Acta del Jurado, que transcribo tal cual:
“Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta, tres arquitectos que han trabajado en estrecha colaboración durante casi 30 años, con un enfoque deliberado y reflexivo de la arquitectura, son reconocidos con el Premio de Arquitectura Pritzker 2017. Sus obras cumplen admirable y poéticamente con las exigencias tradicionales de la arquitectura; la belleza física y espacial, la funcionalidad y la artesanía, pero lo que las distingue es el enfoque que crea edificios y lugares que son locales y universales al mismo tiempo. El equipo estableció su oficina -llamada RCR por sus tres nombres- en Olot, su ciudad natal, ubicada en la región catalana en el noreste de España, resistiendo el llamado de la metrópoli en favor de permanecer estrechamente conectado a sus raíces. El proceso que han desarrollado es una verdadera colaboración en la que ninguna parte ni la totalidad de un proyecto puede atribuirse a un solo socio. Su enfoque creativo es una mezcla constante de ideas y un diálogo continuo.
Teatro de la Lira. Ripoll. (Girona).
Todas sus obras tienen un fuerte sentido del lugar y están fuertemente conectadas con el paisaje circundante. Esta conexión proviene de la comprensión –de la historia, la topografía natural, las costumbres y las culturas, entre otras cosas- y de la observación y la experimentación de la luz, la sombra, los colores y las estaciones. La ubicación de los edificios, la elección de los materiales y las geometrías utilizadas siempre tienen por objeto resaltar las condiciones naturales para llevarlas al edificio. La Bodega Bell-Lloc (2007), por ejemplo, en la localidad de Palamós -cerca de Girona, España-, se trata sobre la tierra donde crece la uva, las frescas bodegas oscuras necesarias para el envejecimiento del vino, y el color y el peso de la tierra. El uso extensivo del acero reciclado fusiona el edificio con la tierra y las aberturas entre los listones de acero permiten el ingreso indirecto de la luz.
Bodega Bell–Lloc. Palamo?s, Girona
El proyecto ‘La Marquesina’ (2011), un comedor al aire libre y espacio para eventos en el restaurante Les Cols en Olot, es otro ejemplo de la fusión entre el paisaje y los materiales modernos mínimos, logrando crear un lugar útil y popular. Algunos han dicho que les recuerda aquellos lugares para comidas campestres con familiares y amigos. El espacio encaja en un valle esculpido en el paisaje por los arquitectos. Las fuertes paredes de piedra volcánica soportan un techo de polímero ligero y transparente, para protegerlo de la lluvia y el sol. Los muebles y las persianas verticales que pueden subdividir el espacio, son también de plástico transparente, lo que pone el énfasis en la comida, las fiestas y el entorno natural.
La Marquesina. Restaurante Les Cols. Olot, (Girona)
En otras obras, como su propia oficina (2007) -una antigua fundición construida a principios del siglo XX-, la yuxtaposición entre el pasado y el presente se realiza de manera más reflexiva, clara y respetuosa. Así como el exterior y el interior están estrechamente entrelazados en sus obras, también lo están lo nuevo y lo viejo. Todo el edificio industrial original que podía mantenerse, se dejó tal cual cómo estaba. Al agregar nuevos elementos sólo cuando es necesario, y al utilizar materiales contrastantes, los arquitectos demuestran su amor por la tradición y la innovación. El edificio resultante, denominado Laboratorio Barberí, se compone de espacios variados, flexibles y altamente funcionales. A pesar de que Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta tienen un profundo sentido y conocimiento de la historia, utilizan materiales y técnicas modernas para crear espacios que no podrían haber sido creados antes.
Laboratorio Barberi. Su oficina en Olot.
Comunidad es otra palabra que viene a la mente al hablar de la obra de Aranda, Pigem y Vilalta. Tanto en el luminoso y colorido Jardín Infantil El Petit Comte, en Besalú, Girona (2010), y la Biblioteca Sant Antoni – Joan Oliver, Centro de Ancianos y Jardines Cándida Pérez en Barcelona (2007), las personas que habitarán los espacios están en la primera línea de sus preocupaciones. Es obvio al ver los colores de los tubos que definen el exterior de la escuela que esta es para el disfrute de los niños, la creatividad y la fantasía. La biblioteca -un encargo ganado a través de un concurso, al igual que muchos de los proyectos de RCR-, se sitúa en medio del tejido de la ciudad, y es un equipamiento necesario para esta parte de Barcelona. Los visitantes son bienvenidos a la biblioteca. La riqueza y la variedad de espacios invitan a la exploración y son bastante cotidianos, creando un ambiente relajado y amistoso. La biblioteca también actúa como un acceso a un patio interior. El centro de ancianos mira hacia este espacio donde los niños, los asistentes a la biblioteca, los vecinos y las personas mayores pueden mezclarse.
Guardería El Petit Comte. Besalu?, (Girona)
Los arquitectos también han abordado importantes obras fuera de Cataluña. Han construido en Bélgica y Francia. El Museo Soulages (Rodez, Francia), de 2014, alberga, por ejemplo, las obras del pintor abstracto Pierre Soulages y forma una simbiosis con el artista que parece pintar a través de la luz. Este edificio de acero y fuertes formas geométricas vuela sobre el terreno, desafiando aparentemente la gravedad y entrando en pleno diálogo con el paisaje, como la mayoría de sus obras. Los arquitectos han tratado de crear «un espacio lo más cercano posible a la naturaleza, mejorando nuestra sensación de que somos parte de ella».
Museo Soulages. Rodez, (France)
En este momento de nuestra historia, existe una importante pregunta que todos se están haciendo alrededor del mundo, y no se trata sólo de arquitectura; se trata de la ley, la política y el gobierno. Vivimos en un mundo globalizado donde debemos confiar en las influencias internacionales, el comercio, la discusión, las transacciones, etc. Pero cada vez más personas temen que, debido a esta influencia internacional, perdamos nuestros valores locales, nuestro arte local y nuestras costumbres locales. Están preocupados y a veces asustados. Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta nos recuerdan que es posible tener ambos. Nos ayudan a ver, de una manera bella y poética, que la respuesta a la pregunta no es «una o la otra» y que podemos, al menos en la arquitectura, aspirar a tener ambas cosas: nuestras raíces firmemente en el lugar y nuestros brazos extendidos hacia el resto del mundo. Y esa es una respuesta maravillosamente tranquilizadora, sobre todo si se aplica también en otras áreas de la vida humana moderna.
Biblioteca Sant Antoni – Joan Oliver. Barcelona
Cada edificio diseñado por estos arquitectos es especial y es intransigente de su tiempo y lugar. Sus obras son siempre fruto de una verdadera colaboración y el servicio de la comunidad. Ellos entienden que la arquitectura y sus alrededores están íntimamente entrelazados y saben que la elección de los materiales y el arte de la construcción son herramientas poderosas para crear espacios duraderos y significativos. Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta son galardonados con el Premio Pritzker de Arquitectura 2017, por las razones ejemplificadas en toda su obra construida y por su capacidad de expresar lo local, pero también lo universal, uniéndonos a través de la arquitectura.
La ceremonia de entrega del Premio Pritzker se llevará a cabo en la Casa de Huéspedes del Estado del Palacio Akasaka en Tokio, Japón, el 20 de mayo del 2017. Y como dice Ramón Vilalta: “Se tienen que alinear planetas para que pasen estas cosas. Para nosotros Japón es un lugar muy especial y que la ceremonia sea allí… ¡seguro lo disfrutaremos mucho!”.
No puedo sentir mayor admiración por un arquitecto que ha llegado a lo más alto del reconocimiento en nuestra profesión (se le galardonó en 2009 con el Premio Pritzker) y, no por ello, ha cambiado su sencilla forma de ser y de sentir la arquitectura.
Y es que este anciano arquitecto de setenta años (cumplidos el pasado abril) huye del estrés y de la fugacidad de nuestro tiempo o, como él dice, “no hago arquitectura para un momento, soy más ambicioso, pretendo que dure más”. En consecuencia, se toma su tiempo para proyectar adecuadamente sus obras, eligiéndolas previamente por mera afinidad y no por motivos económicos. Así, renunció a clientes como Audi o Armani porque “la moda me interesa poco, yo vivo y trabajo en coherencia con lo que soy, y cómo trabajo y cómo vivo es lo mismo”. De una coherencia demoledora.
Peter Zumthor nació en Basilea, formándose como ebanista antes que como arquitecto y asentándose en el pequeño pueblo suizo de Haldenstein (donde tiene su pequeño estudio), del que fue arquitecto municipal durante quince años. Durante este periodo su callada labor se centró en la rehabilitación, hasta que llegó su oportunidad: tras una avalancha de nieve, hubo que construir la capilla de San Benito en otro emplazamiento más seguro. El cura quería atraer a la juventud con un edificio contemporáneo, y Zumthor proyectó una forma contundente y discreta a la vez, firme y atemporal. Este fue el primero de sus edificios con reconocimiento internacional y donde se puede apreciar ya lo que veinte años después se dijo en la ceremonia de entrega de los Pritzker: “en sus habilidosas manos, como en las de otros artesanos consumados, los materiales son usados en una manera que se celebran a sí mismos, sus cualidades únicas, todo al servicio de una arquitectura de permanencia”.
Y fue en 1996 cuando finalizó su obra cumbre, las Termas de Vals, donde la experiencia de su arquitectura nos lleva a un sabio juego de texturas, de luces, de manualidad y de espacios. Aquí llega a una eliminación extrema de lo superfluo, sólo empleando materiales puros y espacios continuos, mostrándonos una arquitectura a la vez sencilla y misteriosa. “Si un edificio mío parece arcaico y a la vez muy contemporáneo creo que lo he logrado. Lo que hago me gusta hacerlo con pasión y entrega. Si algo no me anima a levantarme pronto por la mañana, ¿para qué hacerlo, no le parece?”. Dos años después, el gobierno del cantón de Graubünden protegió el edificio, siendo consciente de la trascendencia que iba a tener para la arquitectura suiza contemporánea.
A partir de aquí, comenta que recibe cartas de gente y que se encuentra satisfecho porque ha descubierto que sus obras transmiten algo. “La arquitectura actual tiene demasiada teoría y demasiado espectáculo. A mí me apasiona la arquitectura, pero me basta con las atmósferas, con los espacios vacíos, con la experiencia física y táctil de un edificio. No necesito meter nada más”. Así continúa a su ritmo, ajeno al bullicio, aceptando encargos que le motivan, no importando la dimensión. Como la capilla Bruder Klaus, que le encargó un granjero alemán y que construyó siguiendo fielmente las instrucciones del arquitecto y con la ayuda de sus vecinos, apoyando 112 troncos uno contra otro y disponiendo capas de hormigón sobre ellos, para luego encender un fuego que secase los troncos y retirarlos. “La cueva resultante tiene un aspecto ciertamente sagrado”.
En 2011 levantó el efímero pabellón estival para la Serpentine Gallery, un jardín enclaustrado en medio del parque de Hyde Park: “hice una arquitectura que no era más que un marco, una puerta, para encerrar un jardín escondido. El jardín es la mejor arquitectura posible: cambia, se adapta y todos lo entendemos”. Un espacio para la reflexión y la contemplación, alejado de la estridencia habitual en muchos arquitectos de renombre.
Cuando le dicen que ha levantado pocos edificios, que si es un arquitecto lento, él dice que “más que lento soy honesto. No tengo prisa, pero tengo claro que quiero ser el autor de todos mis edificios”. Y en consecuencia Peter sigue trabajando en su pequeño pueblo de 900 habitantes, ya que “aquí no tengo prisa, disfruto de la naturaleza, puedo pasear, hacer deporte o sentarme a pensar”.
Las buenas casas tienen nombres sugerentes. Y no me refiero al trasnochado “Villa Amparito”, claro está, sino a algo similar a lo que sucede con esos nombres culinarios tan atractivos que sólo oyéndolos uno ya empieza el disfrute del plato, imaginándose un sinfín de olores y sabores.
Así pues, una casa a la que llaman “de la Barbacoa” hace que mi imaginación se traslade de inmediato a una soleada tarde de domingo, con toda la familia reunida alegremente en torno a la mesa en el jardín, bajo la copa de un gran árbol… Sosiego, brisa fresca y disfrute de lo mejor de la vida… ¡Y no he visto todavía ni el proyecto ni sus fotografías!
Y cuando descubro la realidad veo que sus propietarios, una pareja de ancianos con una amplia familia, querían tan sólo un lugar de reunión, tal vez para pasar allí el estío. Un deseo que el arquitecto Pepe Gascón entiende y plasma perfectamente ejecutando una casa sencilla, tan sólo un muro, el de la barbacoa, donde bajo un techo sin revestimientos acristala un espacio que encuentra su esencia en el diálogo con el exterior. Es allí donde la familia se reúne bajo los pinos para poder charlar y disfrutar de esos maravillosos instantes, que son siempre los únicos que realmente cuentan…
Otro ejemplo es el lujurioso, por largo, y a la vez ensoñador nombre de la casa “Un Bosque para una Admiradora de la Luna”… Aquí me imagino una casa de cuento junto a un bosque mágico, donde me puedo tumbar a observar la luna, todo ello en un ambiente relajado y cálido.
Y así es la casa que el arquitecto costarricense Benjamín García Saxe proyecta para su madre lejos del bullicio de la ciudad, y que construye con troncos de árboles, mosquiteras y chapa, con una simplicidad de medios abrumadora, pero hermosa como muchas otras quisieran. Con una zona para estar, contemplando el bosque, y otra zona para dormir, donde contemplar la luna y, según cuenta ella, acordarse tanto de él como de su hermano.
¿Y qué decir del nombre de “Capilla del Atardecer”? Allí no me imagino otra cosa que recogimiento y agradecimiento, por esos momentos divinos, mil veces únicos, siempre a la espera del nuevo sol.
Y con ese pensamiento los arquitectos mejicanos BNKR Arquitectura, materializan el encargo de construir una pequeña capilla en un enclave privilegiado, con el único requisito de ver el sol ponerse exactamente detrás de la cruz del altar en los dos días de los equinoccios. Para ello vuelcan el espacio hacia el horizonte, el agua y los árboles, tamizando la luz de tal manera que la magia se apodera de los espectadores.
Y sería imperdonable no mencionar aquí la sensibilidad japonesa con, por ejemplo, la “Ring House” (la “Casa de los Anillos”, por su forma, pero también llamada la “Casa en el Bosque”) donde Takei-Nabeshima-Architects “deconstruyen” (como diría Ferrán Adrià) una casa en forma de anillos, eliminando cualquier referencia doméstica para conseguir un “objeto” anular que permite la visión de 360º de su entorno boscoso… No hay fachada principal, no hay trasera, aquí lo único principal es el paisaje…
Y como última muestra “The Balancing Barn” (“El Granero en Equilibrio o “Casa del Columpio”) de mis admirados holandeses MVRDV ¡Y claro que tiene un columpio! Y como le sucede a los niños cuando llegan al parque y se abalanzan hacia “su” columpio, aquí los huéspedes (la casa se alquila por semanas) “gozan” y disfrutan de la maravillosa campiña inglesa durante su estancia. Pero es más, la propia arquitectura es un columpio en sí misma. Apoyada sobre un terraplén en un punto de justo equilibrio, parece balancearse a la vez que la niña lo hace en el columpio que cuelga de su extremo. ¡Así de comprometida con el mundo de las sensaciones se encuentra esta casa!