Los Premios Pritzker

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El panorama de la arquitectura actual parece oscilar entre dos posturas antagónicas, casi formas de ser y entender la vida. Resulta curioso ver cómo ambas se encuentran reflejadas, entre los más recientes Premios Pritzker. Los Pritzker son considerados como los equivalentes a los Premios Nobel (dado que no hay Nobel de arquitectura), bien por su cuantiosa dotación económica (100.000 $) como por su repercusión mediática. Se podría decir que no hay mayor reconocimiento para un arquitecto que dicho premio.

Por un lado, entre los premiados encontramos una glamurosa arquitectura, proyectada por los llamados arquitectos – estrella: Norman Foster (1999), pilotando su jet privado por encima de lo mundano; Rem Koolhaas (2000), alardeando de sus 250 noches al año pasadas en hoteles recorriendo sus varias oficinas por el mundo; Zaha Hadid (2004), exuberancia formal sin límite presupuestario; Richard Rogers (2007), exuberancia tecnológica y que se autodefine como “arquitecto político”; Jean Nouvel (2008), exuberancia mediática, todo carisma y polémica… Así son ellos y así es su obra. También se dice que todo «arquitecto–estrella» necesita de su «político–estrella» y, así, ambos retroalimentan el ego.

Pero, de vez en cuando, el Pritzker aterriza en un arquitecto anti-estrella. El 2009 fue para el suizo Peter Zumthor; pero quiero detenerme en el premio de este año 2010, que ha recaído en los japoneses Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa. Ambos difuminan la impronta personal dentro del equipo profesional denominado SANAA. Ganadores del concurso para la ampliación del IVAM de Valencia en 2000, Kazuyo Sejima fue invitada de honor en el acto inaugural del curso 2007 de la Universidad Politécnica de Valencia. Allí acudí a conocerla y descubrí a una persona menuda, sencilla y cercana, fiel reflejo de su obra.

Como muestra, una anécdota. Kazuyo recibió la noticia de la obtención del gran premio en metro, un domingo por la tarde, camino de su despacho; y aunque recibió el mejor galardón posible, trabajó esa noche. Porque así es ella, y así la sentí aquel día de 2007. Su obra es la más sutil y emocionante del panorama arquitectónico internacional. El jurado definió su arquitectura como “delicada y poderosa, precisa y fluida, ingenua y sagaz, y explica como pocas otras, las ventajas del trabajo en equipo”. Ajena a modas, a teorías, a detalles innecesarios, al bullicio mediático de otros arquitectos, su Arquitectura, con mayúsculas, es una enseñanza sin retórica, directa al lado más sensible de la gente. Ejemplifica el consabido lema “menos es más”, o como traducen algunos hoy “más con menos”, más belleza con menos medios. Porque su obra destila, sobre todo, pureza. Todo está perfectamente en su sitio, parece tan sencillo, tan evidente, que emociona pensar la intensa labor proyectual que hay detrás de tanta sencillez.

La arquitecta Kazujo Sejima huyó de proyectar su propia casa. “Hubiera sido difícil y caro levantar una en Tokio”. Pero pudo elegirla. “Soy una persona que necesita flores y algún árbol cerca, por eso busqué un jardín, aunque muy pequeño. Tengo cuatro árboles: un limonero, un manzano, un arándano y un naranjo chino en tres metros cuadrados. Cuidarlos me hace sentir bien. Es interesante observar los árboles y las plantas. Las flores no sólo son bonitas, sino que cambian continuamente. En un jardín, por pequeño que sea, siempre pasan muchas cosas.” Como ella misma dice: “Una casa no protege de la lluvia, hoy también debe vencer el exceso de información”. ¿Cuál sería su definición para el hogar? “Intimidad en un espacio compartido”. Y, ¿cuál es su método?: “Necesito tiempo. Nuestros proyectos han crecido y son más complejos. Para poder controlar todos los detalles necesitamos aún más tiempo”.

Así es ella, incansable y sencilla, como su Arquitectura, como toda buena Arquitectura.

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